Todos los males

(selección)

Poemario finalista del Premio Nacional de poesía «Poeta Mario López» y del Certamen Nacional Creación Joven de poesía.

 

CUANDO LLEGAMOS NOS CIERRAN LAS VENTANAS

 

Cuando llegamos

nos cierran las ventanas,

las calles se nos estrechan,

se vacían y se nos hacen oscuras

las ciudades.

 

Sólo el silencio nos recibe

con sus manos redondas.

 

Cuando llegamos todos nos vuelven

la espalda.

Hipócritas, absurdos, temerosos.

No nos reconocen como suyos.

 

No nos reconocen,

y nacimos de su pecho y

de sus uñas abiertas.

Y ahora nos vuelven la espalda.

 

Sólo el silencio nos recibe

con su pie desnudo y único.

 

Cuando llegamos, hasta el aire

se detiene.

Los pájaros se pudren en el cielo

y caen sobre el asfalto

con ruido de campanas.

 

Se nos hace ajeno el mundo,

cuando llegamos. Y nos pesa

este silencio rectangular, de tumba

que nos cuelga de los ojos.

 

Y no nos reconocen.

 

Egoístas, miedicas, reconcomidos,

No nos quieren y nacimos

de su pecho partido,

de su sangre, del pánico

de sus noches espesas.

 

Y no nos reconocen. Por eso

cuando llegamos todos se tapan los ojos

se santiguan, nos olvidan,

o pretenden olvidarnos;

Por eso cuando llegamos tienen miedo.

 

Y por eso nos cierran las ventanas.

 

 

TODOS LOS MALES

Todos los males del mundo

Dicen, son males de amor.

Esa cierta caricia, el amor,

Que te alcanza

Como un ave en vuelo

Y te rescata, no la conocemos.

Ese beso podrido

De ilusión y flores

Que te revienta en el pecho,

Que te arranca de la vida

-de esta vida cotidiana

del publireportaje y la

gasolina sin plomo-

ese beso volador, lascivo,

no lo tenemos, no.

No lo tenemos.

 

Como un día temimos,

al despertar estamos solos

en la cama inmensa

Y blanca. Un vacío

Como de despertador, como

De muerte, nos repica en el pecho.

La verdad duele:

No tenemos el amor.

 

Quizá

No lo tuvimos nunca.

 

 

Ese amor, esa palabra esclava

no vino a visitarnos a nosotros.

No nos amaneció el sexo

Pegajoso entre los vientres

Y lo creímos milagro.

No nos aclamó la multitud

como a triunfales Romeos y

Julietas. No nos quiso nadie.

 

De ese amor traidor y dulce

No moriremos nosotros.

 

No nos cayeron todos los males

Del mundo.

Repito: no nos cayeron todos;

Los males del amor nos son ajenos.

 

Carguen otros infelices sus cadenas.

 

 

 

MIENTRAS ESCRIBIMOS

Mientras escribimos el poema

Estamos a salvo.

 

Allá fuera, por encima del papel

aúllan las balas, enloquecidas agoreras,

estallan los misiles, se esparcen

las cabezas; con parsimonia,

las bombas dejan caer

su olor intenso a desmembramiento

y muerte.

 

Más arriba aún, se firman pactos

con manos enemigas; y esas sonrisas

esas tintas, esas rúbricas rotundas

resquebrajarán más cuerpos, dejarán

otro rastro de terror y sangre sucia

en aldeas de nombre impronunciable.

 

Ahí afuera se estrellan las miradas.

El odio se entretiene dibujando

corazones en los puntos de las íes

en palabras como idiosincrasia o ironía.

 

Arriba, fuera del papel, los niños

tienen nombre de fusiles.

Un crujir de metralla va incendiando

las ventanas. Nadie puede salir.

Cuerpo a tierra.

 

Los ángeles llegan en aviones invisibles

y arrojan misivas que revientan las ciudades.

Todos a cubierto.

Esto es el fin.

 

Al día siguiente, la diosa absurda

de la Guerra va de compras al hiper-

mercado de las armas y la hipocresía,

y anuncia vía satélite

un conflicto al otro lado del planeta.

Esto es el fin.

 

Más allá de este poema

el mundo se ha vuelto loco

de medallas y de dólares.

 

Mientras escribimos el poema

se abre una grieta en el papel.

 

Y miramos hacia arriba,

Al eclipse de cadáveres marchitos

Que nos llaman con mil lenguas

Que nos piden ayuda con los restos calcinados

De sus brazos, con ojos ininteligibles y vacíos.

Allá arriba la muerte se esparce

A bocajarro. La hecatombe de los días.

Caen granadas.

 

Cuerpo a tierra.

Esto es el fin.

 

No es bastante refugio este poema.

 

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